Flores de Bach: la batalla galesa - Gabriela Ricciardelli

Cuenta la leyenda que la bruja Cerridwen tenía un hijo llamado Afagduu tan feo que con el fin de que pudiera obtener reconocimiento social -a pesar de su fealdad- decidió forjar un ‘caldero de la inspiración’ para convertirlo en el bardo más sabio y que pudiera encantar a todos los seres humanos. Tenía que hacer hervir ininterrumpidamente en su caldero agua de manantial con flores recién cortadas e hierbas mágicas durante un año y un día al cuidado de un druida ciego que atizaba el fuego y un joven llamado Gwyon que revolvía la preparación.
Advertidos por la gran hechicera cuidaban con recelo de no tocar ni una gota de la poción mágica. En la preparación del brebaje intervenían los cuatro elementos de la naturaleza: el fuego del caldero, el agua de manantial, la tierra que nutre y mantiene a las flores y a las hierbas, y el aire que las alimenta. Las flores eran elegidas por la bruja con sumo cuidado tras observar la posición de los planetas y las estrellas. Un día, Gwyon derramó sobre su brazo tres gotas de la poción y al lamérselas se dio cuenta que había adquirido la habilidad de adivinar el futuro pues advirtió que Cerridwen tenía la intención de matarlo una vez que la poción estuviera lista, entonces huyó despavorido y rompió el caldero. La bruja enardecida comenzó a perseguirlo, él gracias a los nuevos poderes y para evitar retrasos se convirtió en una liebre veloz, entonces ella se transformó en galgo. Gwyon adoptó la forma de pez y saltó al río, Cerridwen se convirtió en nutria y continúo la persecución. Luego Gwyon se transformó en gorrión para volar alto y ella en águila. Al darse cuenta que no podía escapar de la furiosa mujer, decidió esconderse y cayó en picada hacia la tierra, donde se ocultó entre un montón de granos recogidos de la cosecha. Ella se convirtió en gallina negra que escarbó la paja hasta encontrarlo y justo cuando asomó su pico encima de él, Gwyon comprendió que la clandestinidad no era una opción y ella lo deglutió.
Cuando recobró su forma humana Cerridwen se encontró embarazada y nueve meses después tuvo un niño tan hermoso que no se animó a matarlo. Gwyan había ‘nacido dos veces’ y de una ‘concepción no natural’, de este modo la madre perdió su carácter diabólico, se apiadó de él y lo introdujo en un saco de cuero arrojándolo al mar y con ello a la senda del héroe. Al igual que con tantos héroes como Moisés o Edipo, el destino hizo lo suyo, Gwyon fue arrastrado por las olas y al día siguiente -un 1° de mayo- fue rescatado por un pescador, el príncipe Elphin, quien había perdido su reino por una traición. Elphin lo adoptó bajo el nombre de Taliesin, cuyo significado es ‘rostro resplandeciente’. Con el tiempo se convertirá en un sabio profeta y mago quien luchará con todas sus fuerzas para recuperar el reinado de su padre, el salvador.
El caldero hirviente colmado de flores nos recuerda a los cuencos que disponía Bach para preparar las esencias bajo el sol. Al igual que las tres gotas que permitieron que el alma de Gwyon pasara por los cuatro elementos, por la tierra en forma de liebre, por el agua como pez, por el aire como el águila y por el fuego como el grano y la gallina; las esencias florales de Bach con sus dosis infinitesimales alcanzan a desencadenar una reacción en el plano espiritual que facilita la transformación y apertura a nuevos modos de ser de la existencia.
Un caldero en el que se elabora en sus profundidades el elixir del conocimiento, la inspiración, la transformación y la regeneración, y que al igual que el vientre de la diosa nos conduce a un nuevo nacimiento.

Soy el primero de los bardos ante Elphin,
y mi patria es el país de las estrellas del verano.
En su día me llamaba Merlín
Y hoy me llamo Taliesin.
He estado en el Cielo y en el Infierno
Estuve con Noé, durante la construcción del arca
Conozco los nombres de todas las estrellas
pero yo sigo siendo una maravilla inexplicada.
He tomado todas las formas posibles,
Estuve muerto y a la vez vivo,
Seguiré en la tierra hasta el juicio final,
Nadie sabe si soy pescado o carne
Fui llevado durante nueve meses,
en el vientre de la bruja Cerridwen
Entonces me conocían como el pequeño Gwyon
Pero ahora soy Taliesin.

El sabio Taliesin (c. 534–599), figura legendaria en los tiempos del rey Arturo, conocía en profundidad los misterios druídicos de la Naturaleza y en sus poemas nos recuerda que formamos parte de ella. 'La Batalla de los Árboles' o "Câd Goddeu", del “Libro de Taliesin" -el cual forma parte del "Libro Rojo de Hergest" del siglo XIII- es un poema basado en el ciclo mitológico galés en el que encontramos las ideas bárdicas relacionadas a los árboles sagrados. Este poema que le fue atribuido al bardo supremo, narra el conflicto entre Gwydion, "El Hechicero", que invoca a los árboles y arbustos de Britania, frente al ejército del "Otro Mundo", liderado por Peblig "El Fuerte" y su rey Arawn.
    El objetivo de la batalla consistía en obtener las tres criaturas del Otro Mundo:
- El Perro Blanco de orejas rojas puntiagudas, guardián del secreto.
- El Corzo, que esconde el secreto.
- El Frailecico, que disfraza el secreto.

Durante la batalla eran invencibles hasta tanto alguno de los contrincantes descubriera el nombre del dios de su adversario. Finalmente Gwydion fue el vencedor ya que descubrió el nombre de Bran, antigua deidad britónica.

Cascos seguros tiene mi corcel espoleado,
las altas ramas del aliso están en tu escudo.
Te llamas Bran, el de las ramas relucientes.
Cascos seguros tiene mi corcel en la batalla,
las altas ramas del aliso están en tu mano.
Eres Bran, por la rama que llevas,
Amathaon el Bueno ha vencido.

Según Robert Graves, el tema central del mito desarrollado en el poema, es la batalla por el dominio religioso entre los dos ejércitos. Una vez que descubrían el nombre secreto, los enemigos de sus seguidores podían utilizarlo para perjudicarlos con su magia.
Desocultar el secreto es como descubrir la verdad que se esconde en cada árbol, en cada ser de la Naturaleza y que late con fuerza por revelarse ante los ojos del espíritu.

Las copas de las hayas
han retoñado recientemente,
se han cambiado y renovado
de su estado marchito.
Cuando el haya prospera
con hechizos y letanías
las copas de los robles se enmarañan
y hay esperanza para los árboles.

Durante siglos, los druidas celtas (del celta, dru = árbol, roble; wid = ver, saber) recorrieron los caminos de los elfos descubriendo a su paso estas energías invisibles en constante mutación. En los bosques aislados observaban cómo detrás de la materia se ocultaban estas fuerzas creadoras que pueden ser transformadas y aprovechadas. Con el objeto de custodiar estos conocimientos de los abusos y la manipulación mantuvieron este saber oculto en su interior, y sólo emergía en forma de sublimes versos recitados cuya trasmisión se fue perdiendo a lo largo del tiempo. Sin embargo, el mundo de los elfos sigue allí, dándose a conocer sólo a aquellos auténticos amantes de la naturaleza que posean un corazón noble. Uno de ellos fue Edward Bach quien tuvo acceso a estas energías etéreas para elaborar esencias que ayudan a transformar las actitudes anímicas negativas transmitiendo al alma humana parte del amor y la bondad del Cosmos para volver a armonizar con él. Las flores elegidas por Bach pueden llevar información a las profundidades de las zonas que se encuentran por debajo de la conciencia –cuyo punto de anclaje físico es el sistema límbico y el tronco cerebral- y operar cambios significativos en las pautas espirituales de comportamiento. Las capas del cerebro y las capas de la flor filogenéticamente se originaron en la misma época, cada capa es testigo de un paso en la evolución. Se puede suponer, que en su formación intervinieron fuerzas creadoras similares (etéricas) y que por efecto resonancia podríamos mejorar al presentar vibraciones energéticas homólogas. Bach habría encontrado el camino hasta los arquetipos inconscientes que como motivadores últimos de la conducta, de los sentimientos y los pensamientos serían los constituyentes esenciales de todo el espectro de aquello que concebimos como naturaleza humana.
Según Edward Bach, cometemos dos grandes errores por los cuales nos enfermamos:

ALMA-PERSONALIDAD
YO-OTROS
|
antagonismos
tensión conflictiva

Uno corresponde al orden de lo individual y el otro al colectivo. El primero consiste en la falta de comunicación entre el alma -entendida como nuestra parte inmortal- y nuestra personalidad (lo transitorio). La armonía se recupera cuando logramos que la personalidad escuche los designios de nuestro Ser Espiritual. El segundo error es atentar contra la Unidad, todos somos parte de ella, si atacamos a otro estamos afectando a la Unidad por lo tanto nos perjudicamos a nosotros mismos. Entonces, el primer error es la falta de comunicación entre el alma y la personalidad.   
¿Qué es el alma para Bach? Se trata de nuestra esencia, es trascendente, permanente e inmortal (preexistente a la personalidad). Según el Dr. Bach es la “chispa del todopoderoso”, es la que conoce nuestra misión en la vida y sabe qué es lo mejor para nosotros. La personalidad, en cambio, es nuestra parte transitoria y limitada. Se trata de una manifestación temporal que se disuelve y desaparece con la muerte física. Cuando la personalidad se aleja de los designios del alma, que es la que sabe qué es lo que venimos a hacer en la tierra, cuál es nuestra misión, nuestra vocación a seguir, se produce la enfermedad.
Las Flores nos ayudan a que el alma y la personalidad se reconecten abriendo nuestro campo de conciencia para que emerjan los propósitos del Yo Superior.
Nuestra alma nos propone lecciones (aprendizaje) para evolucionar (desarrollar nuestras virtudes).
Según la filosofía del Dr. Bach el hombre tiene que ir aprendiendo distintas lecciones para poder avanzar en el proceso de evolución hasta alcanzar la perfección. Un progreso hacia algo mejor y más perfecto que obedece a un impulso de perfectibilidad, sin embargo no se trata de una mera evolución formal, en un producirse inocente y pacífico como en la vida orgánica, sino un duro y enojoso trabajo contra sí mismo, la realización de un fin con indeterminado contenido. Ese fin consiste en la libertad del espíritu.
Las Flores de Bach forman un sistema que permite en su totalidad el crecimiento personal a través del aprendizaje de estas lecciones de vida. Cada flor nos ayuda a aprender una determinada lección, a asimilar conocimiento arquetípico, a desarrollar una virtud particular, como solía decir el Dr. Bach.

Queda claro, entonces, que la enfermedad no es material en su origen, con lo cual se torna necesario transmitir a quien consulta, la cosmovisión de Bach y su concepto de inmaterialidad del malestar o enfermedad.
Bach planteaba que cada persona debe tomar conciencia de qué es lo que piensa y lo que siente, y si descubre que no se encuentra como en verdad quisiera, es simplemente porque no está comprendiendo cuáles son los dictados de su propia alma ya que estaría “actuando en contra de la Unidad" (se refería tanto a la propia unidad entre cuerpo, mente y espíritu, como al todo). Las esencias florales nos impulsan a reencontrar el equilibrio y nos conectan con nuestro ser más profundo. Por ello se torna fundamental cumplir una función docente explicando al paciente qué flores va a tomar y cuál es el efecto positivo que logrará. Es decir, evitar enfatizar los defectos, ofrecer el preparado floral desde el aspecto positivo y mostrar la lección a aprender junto con las virtudes a desarrollar.
El Terapeuta Floral al igual que los druidas en busca del camino de los elfos, debe iniciar un recorrido para alcanzar los aspectos esenciales de la persona a quien acompaña y ayudarla en la toma de conciencia de sus fuerzas creativas transformadoras. Todo lo cual implica un entrenamiento exhaustivo de la capacidad de observación con el fin de enseñarle a autoobservarse, a realizar una reflexión crítica y a que descubra cuál es el significado último de su enfermedad. Estimular al sujeto a participar de su propia curación desarrollando un papel activo dentro de su proceso.
Durante la consulta, además de las esencias florales, están en juego dos cuestiones: la mirada y la palabra como posibilidad de reconocimiento propio y del otro, ‘me ven, luego existo’, existo para el otro a través de su mirada. Según Sastre, la mirada acompañada de la palabra -el lenguaje- es la única posibilidad de autoconciencia. Hay que aprender a mirar a pesar de la historia de cada uno sin teñirla, despojar la mirada del pre-concepto para que no obstaculice, ver cómo es el otro, cómo es la escena que nos describe. Para ello, en cada situación debemos ubicarnos a una distancia adecuada que nos permita actuar, con una actitud de reverencia ante el ser del otro, es un hacer con amor, estoy para hacer, para ello debo realizar ejercicios con el objeto de entrenar la capacidad perceptual que me permitirá articular cómo mira, cómo siente, cómo escucha el sujeto, por qué dice lo que dice aquí y ahora. Se registra todo lo que se pueda y todo lo que se observa reviste la misma importancia, todas las situaciones son relevantes, al igual que los sujetos, no hay mejores ni peores sino que todos tienen la misma jerarquía.
Así como el sabio druida se dirige en la búsqueda de los misterios de los elfos, respeta su cotidiano transitar y guarda sus secretos sin interferir ni ocluir su desarrollo, el Terapeuta Floral también necesita trabajar la capacidad de exponerse, de mirar y ser mirado, debe entrenar la estructura de demora, tener una distancia adecuada para no invadir ni tampoco estar ajeno, de este modo podrá disociar operativamente lo que está sucediendo, ser depositario y no obstaculizar el proceso. El Terapeuta Floral tiene la responsabilidad de revisarse para realizar el aprendizaje y construir el rol con el objeto de no autorreferir todas las experiencias (autocentrado). Necesita buscar la coherencia entre lo que piensa, lo que siente y lo que hace. Por ejemplo, si siente rechazo por el consultante no podrá trabajar con él hasta tanto resuelva la contradicción, ‘No puedo, no quiero’, es decir, no puedo sentir desprecio con los que trabajo y ayudarlos.
El Terapeuta Floral es un mediador, un intermediario que busca brindar comprensión y contención, acompañar al sufriente en su búsqueda de la verdad interior que lo llevará a conocerse y aprender de sí mismo, a crecer, a transformarse en un ser cada vez más evolucionado y a que no necesite ni de la enfermedad ni del sufrimiento para expresarse. Una comprensión efectiva que permita un cambio estable y duradero al involucrar tanto la comprensión intelectual y la afectiva ya que si fuese sólo intelectual sería un ‘como si’. Tal como dice la conocida frase: ‘No hay curación sin lágrimas’, este es un proceso laborioso de construcción conjunta a través de una indagación activa, que conlleva momentos de dolor y sufrimiento en el darse cuenta de las carencias, necesidades y dificultades para que surja una modificación de la actitud, aparezca algo nuevo, un nuevo conocimiento de sí y junto a esto el tan ansiado y esperado alivio. Transitar el progreso hacia algo mejor y más perfecto nos ofrece la posibilidad no sólo de conocernos internamente, sino de conocer nuestro contexto, nuestros modos de vincularnos para poder modificar en forma efectiva aquellos aspectos que necesiten revisión y agregar valor a nuestro medio. Como decía Ortega y Gasset ‘Yo soy yo y mi circunstancia y si no la modifico a ella no me modifico yo’.
El terapeuta tiene que posicionarse desde una mirada prospectiva, es decir, debe enseñar a mirar hacia delante. Bach ofrece el ejemplo del alpinista, que mientras escala la montaña, si mira demasiado hacia abajo puede caerse (el pasado), con lo cual tiene que observar atentamente dónde coloca sus manos y sus pies para poder sujetarse (el aquí y ahora), y a su vez mirar la cima para saber hacia dónde dirigirse (el objetivo) estimulando y alentando su meta (futuro).
Otra actitud que conviene desarrollar en nuestro rol como TF es la tolerancia a permanecer en la incertidumbre, la capacidad para permanecer en medio de la incertidumbre sin un ansia exacerbada por llegar a entender las razones de las cosas. Esto hace a la calidad del TF, renunciar a la pretensión de cubrir lo real con palabras ya que ante una experiencia de vacío tolerado puede advenir el pensamiento. John Keats, uno de los principales poetas ingleses del movimiento romántico, denominó ‘capacidad negativa’ a la capacidad de soportar la angustia ante lo nuevo, de tolerar el infinito, de tolerar la incertidumbre sin embarcarse en falsas certezas, sin una irritada búsqueda de razones. El fenómeno, lo que aparece, no siempre es lo que es. Si soportamos la espera y nos abrimos a lo que se muestra, llegamos a profundidades que superan lo imaginado, aparece lo que no podíamos prever. De esta manera llegamos a sintonizar con el alma de nuestros pares, es decir, nuestro Yo superior se conecta con el Yo superior del otro, lo que nos permite obtener un mayor resultado. Si tomamos partido o sentimos lástima no podremos colaborar. La ayuda es exitosa cuando soltamos todos los juicios o prejuicios y damos paso a que surja el auténtico modo de ser de la existencia. Respetar la esencia, ser tolerantes tanto con los defectos y como con los ritmos de los otros, es un modo de evitar conducirnos como la Bruja Cerridwen quien por obsesionarse por cambiar la ‘fealdad’ de su hijo, se irritaba y encolerizaba ante el error ajeno hasta devorarlo. Nuestra tarea consiste en ofrecer en forma desinteresada el elixir sagrado de los devas para que cada uno a su debido momento y en su debida forma pueda metamorfosearse en su propio caldero de inspiración.

Gabriela Ricciardelli

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