Cuando hablar de lealtad se transforma en chantaje - Gabriela Ricciardelli

Bajo el lema: ‘La sangre te hace pariente, pero la lealtad te hace familia’, se tejen enormes telarañas para envolver y atrapar -cual viuda negra- a su presa de turno. Esa lealtad mal entendida se transforma en un código mafioso para que el otro priorice la lealtad sobre su persona más que hacia los principios, persuadiendo de cometer un error moral que asegura una alianza bajo el amparo del toma y daca. Una táctica terrorista disfrazada de extrema amorosidad morosa para asegurarse al prisionero, quien funcionará como un esclavo liberto que ni se da por enterado.

Es la lealtad de los delincuentes, la irreverencia y el descaro de los estafadores afectivos que con su cruel y perverso acto de magia venden espejitos de colores a sus seres más cercanos utilizando mentiras y manipulaciones para conformar sus propias necesidades mientras sus víctimas chapotean en el oasis que creyeron encontrar. Espejismo barato que a la larga cuesta caro.

‘Te doy todo, todo lo que necesites, te amo demasiado…pero te exijo más’, más tiempo, más dinero, más todo…los doble mensajes atestan y en este proceso de acoso moral todo se hace pedazos y la historia termina siempre igual. Todo lo que aplican son técnicas desestabilizantes, pequeños toques malintencionados difíciles de detectar, por eso nos sorprende que la víctima no perciba esa pérfida manipulación. Incluso cuando se dan cuenta sienten que es preferible estar con ellos que contra ellos convirtiéndose en cómplices.

De un modo muy perverso fascina, seduce y hasta da miedo. Su exceso de amabilidad es una provocación constante y si nos compadecemos nos maneja a su antojo. Fría racionalidad incapaz de reconocer al otro como ser humano en lugar de una cosa, aunque engañe con un romántico ‘Sos todo para mí’ mientras pende una lágrima de cocodrilo de una de sus mejillas.

Aunque se mantenga oculta es una violencia probada que tiende a atacar la identidad del otro y a privarlo de toda individualidad. Los hechos aislados pueden resultar un juego anodino pero en su conjunto son un proceso mortífero. Este círculo destructivo lo repiten en todas las áreas de su vida: en el trabajo, con sus hijos, con su pareja, con sus amigos.

Caer en su trampa nos hace sentir ridiculizados y humillados, sus actos de depredación consisten en la apropiarse de la vida del otro. Su primer paso es inmovilizar a la víctima que inmersa en la duda y la culpa no puede reaccionar ni defenderse debiendo permanecer para ser frustrado permanentemente. De este modo impone su dominio para retener al otro y demostrarse a sí mismo su omnipotencia. Esta intrusión en el terreno psíquico requiere de límites precisos y por lo general buscan víctimas más débiles, dóciles y ‘manejables’ con cierta inhibición intelectual o falta de confianza, a quienes les resulta difícil instaurar límites claramente definidos. Mantiene a su víctima a disposición, le exige que trabaje menos para estar más tiempo en la casa haciendo de lacayo, pero a su vez que gane más para aportar más dinero…en esta posición de confusión y ambivalencia paraliza a su pareja. Sus arrebatos de afecto teatralizado, tal como ‘Recordá siempre cuánto te amo’, después de haberlo torturado y angustiado  minutos antes, funcionan como paliativos para la víctima quien lo recibe como un bálsamo para poder seguir aguantando.

El origen de la tolerancia de la víctima se debe a que como en un principio el depredador se mostraba sumamente generoso, amoroso y atento, cuando se convierte en un monstruo detestable, la víctima cree ser responsable de ese cambio y por eso se somete con la ilusión de que vuelva a ser como antes. Mientras tanto, bajo el cliché de la ‘lealtad familiar’ y que ‘cuando uno quiere a alguien es un placer dedicarle tiempo’, se establece una especie de misión por la que uno debería sacrificarse.

Suelen querer ‘la chancha y las veinte’ y con la frase ‘el que avisa no traiciona’ si el amor disminuye o no satisface sus requerimientos  culpan a su pareja  amenazándolo con buscarse un amante. En la separación procuran que el otro tome la iniciativa para luego culpabilizarlo por no retenerlos desligándose de la responsabilidad de la decisión de la separación. Recurren a rumores e insinuaciones y cuando se desenmascara y se revela esa perversidad genera mucho odio. Para poder idealizar un nuevo objeto de amor y mantener una nueva relación el perverso necesita proyectar en su pareja anterior todo lo malo, quien se convierte en un chivo expiatorio. Todo obstáculo ante esa nueva relación debe ser destruido, con lo cual esa nueva relación se construye sobre el odio hacia la pareja anterior. El perverso narcisista a través del pleito sigue hablando de esa pareja aunque ya no existe, y así el odio es el motor para nunca acabar.

Exige en forma soterrada la lealtad propia de los delincuentes, la que está por encima de todo, se lo debemos todo y  todo vale mientras se saque una buena tajada y así se va naturalizando la violencia.
Varias son las películas en las que se juegan situaciones como estas: ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ con Bette Davis y Joan Crawford, ‘Atracción fatal’ con Glenn Close, ‘Perdida’ (Gone Girl) con Ben Affleck y Rosamund Pike. En ellas podremos observar que no todo es siempre lo que parece…y la lista sigue.

Gabriela Ricciardelli



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