Biografía del Dr. Edward Bach. 1886-1936.

 Edward BACH nació el 24 de septiembre de 1886 en Moseley, un pueblito cerca de Birmingham, Inglaterra. La procedencia familiar se situaba, no obstante, en el país de Gales y, tal vez esto explique parte de su amor por la naturaleza entendida en términos espirituales, una de las características de su pueblo originario, con el que siempre mantuvo lazos de profundo afecto. A temprana edad se destacaba por su intelecto capaz, ávido, de profunda concentración y firme determinación.

Fue un joven ‘idealista’, con altos valores morales y buen sentido del humor. De carácter silencioso, se lo podía ver caminando a solas o sentado al pie de un árbol durante varias horas. Al finalizar el ciclo de escolaridad secundaria, con el propósito de aprender el arte de curar y para costearse los estudios, trabajó durante tres años en las industrias de su familia, aunque no por necesidades económicas. Esta decisión le permitió vivenciar la dura vida obrera mediante lo cual pudo observar con mayor profundidad la naturaleza humana. Ingresó al Cuerpo de Caballería de Worcestershire a los diecisiete años, lugar en el que pudo expresar su amor por los animales y mantenerse en contacto con la naturaleza. Ya por entonces sentía cierta disconformidad con los tratamientos paliativos que recibían sus compañeros de trabajo cuando enfermaban y comenzó a creer que debería haber un modo eficaz de cura, incluso para las enfermedades consideradas por entonces incurables.

Ingresó con veinte años en la Universidad de Birmingham. Finalizó en 1912 sus estudios con la práctica en la University College Hospital de Londres, en el que permaneció largos años. En 1913 logró el título de Bacteriólogo y Patólogo y al año siguiente, a fines de 1914, el Diploma de Salud Pública de Londres.
    Aliviar el sufrimiento humano se convirtió en otro de sus compromisos fundamentales, lo cual le privó del contacto con la naturaleza ya que la mayoría del tiempo permaneció en los laboratorios hospitalarios.
    No podía concebir que un mismo tratamiento para las personas que sufren la misma enfermedad funcionara para unas y no para otras. Había algo más que la enfermedad orgánica, se trataba de las características individuales, la personalidad.
En 1913 fue nombrado responsable de atender las urgencias del University College Hospital y del Nacional Temperante Hospital, función que tuvo que abandonar meses después por graves problemas de salud. Al recuperarse abrió un consultorio, aunque a pesar de tener cada vez más pacientes, se sentía insatisfecho de los resultados que obtenía con los tratamientos de la medicina ortodoxa. Se dirigió entonces al campo de la inmunología para encontrar algunas respuestas.  Y fue así que gracias a sus conocimientos como Bacteriólogo, descubrió la relación de algunas bacterias intestinales con las enfermedades crónicas. Las dolencias mejoraban con la inyección parenteral de algunas bacterias específicas.
    En 1914 fue rechazado para el servicio bélico fuera del país, probablemente por su frágil salud. Con todo, quedó como responsable de 400 camas en el University Collage Hospital, con el trabajo en el Departamento de Bacteriología del Hospital de la escuela de Medicina de 1915 a 1919.
    Enfermo y fatigado sufre una hemorragia en julio de 1917. Sometido a una cirugía de urgencia se le comunicó que, a pesar de que se le hubiera extirpado el tumor, podría presentársele una metástasis y tal vez no tuviera más de tres meses de vida.
Permaneció esos tres meses en cama. Como sintió una mejoría, reunió sus fuerzas y se marchó al laboratorio a trabajar. Se sumergió en la investigación día y noche. No sólo no pensaba en su enfermedad porque tenía la mente ocupada sino que además, el volver a trabajar en función del propósito de su vida le traía energía para proseguir.
    En poco tiempo se encontraba totalmente recuperado y había sacado de su mente todo lo que le había sucedido. Sus colegas médicos no comprendían lo que había sucedido.
    Cada vez era más conocido por sus descubrimientos en el campo de la Bacteriología. Trabajó de modo exclusivo para el University Colege Hospital y después como Bacteriólogo del London Homeopathic Hospital, permaneciendo allí hasta 1922.
Fue en esta circunstancia que conoció la doctrina del Dr. Hahnemann y su libro básico, el Organon del arte de curar, escrito más de cien años antes. Descubrió la genialidad  de Hahnemann, se dio cuenta que podía combinar sus principios con los de la Homeopatía y comenzó a preparar sus vacunas con la metodología homeopática y a administrarlas por vía oral y ya no por vía parenteral como se practicaba hasta entonces. Los resultados fueron brillantes.
    Estableció una afirmación: no se debía repetir la dosis mientras que la anterior estuviera actuando, dado que los mecanismos de curación se relacionaban con el individuo  como un todo.
    El trabajo de bacteriólogo y patólogo en el Hospital Homeopático de Londres crecía tanto que se le volvía prácticamente imposible el desarrollo de otras actividades, ya que todavía tenía su consultorio en Harley Street y un pequeño laboratorio en el centro de Londres donde trataba a los pacientes de manera gratuita.
    Posteriormente abrió un gran laboratorio en Park Crescent que duró muchos años y que dejó de funcionar sólo cuando Bach dejó la ciudad de Londres.          
En 1926 publicó con C.E. Wheller, Cronic disease- A working hipotesis. En esta época los nosodes intestinales ya eran conocidos como ‘Nosodes de Bach’. Se los utilizaba en toda Gran Bretaña y también en varios otros países.    

Bach comenzó entonces a intentar sustituir los nosodes por remedios preparados en base a plantas y fue en este momento que utilizó el sistema homeopático de dilución, potencialización y agitación de las flores que trajo de Gales en 1928. Estas plantas eran Impatiens y Mimulus. Poco después preparó también otro con Clematis y Star of Bethlehem, con resultados altamente estimulantes.
    Asimismo, comenzó a identificar a los individuos en grupos según su comportamiento, como si sufriesen del mismo problema, de este modo creyó que debería existir un remedio que aliviase el sufrimiento común de cada grupo de individuos.

 Su etapa productiva

    Con las preocupaciones y determinaciones delineadas en su cosmovisión, la que hizo de su vida la de un gran benefactor de la humanidad, hacia finales de 1929 resolvió abandonar su encumbrada posición en el seno de la comunidad científica y su actividad en Londres, el consultorio de Harley Street y los dos laboratorios, con el propósito de hallar en la naturaleza el sistema de cura que lo motivó desde niño.
    A pesar de sus esfuerzos, sus pares de la comunidad científica rechazaban de plano el espiritualismo como vía de acceso a los propósitos de la medicina entendida como parte de las ciencias naturales, y los homeópatas no aceptaban entre otras cosas, revisar el método de los opuestos.
    Fue entonces cuando abandonó los beneficios de la ciudad y una carrera prominente en la sociedad médica londinense y a sus cuarenta y cuatro años volvió a Gales, su tierra natal. Al llegar descubrió que por error llevaba una maleta con zapatos en lugar de una con el material necesario para preparar los remedios Homeopáticos (mortero, frascos, etc.). En mayo del siguiente año, Bach estaba caminando de mañana por el campo, como solía hacer con frecuencia, observó en las flores gotas de rocío sobre sus pétalos y que el sol, al incidir sobre ellos, extraería sus poderes curativos. Pensó entonces que si recogiese el rocío de estas flores después de la salida del sol pero antes de que se evaporara, tendría un líquido que sería un medicamento.   
    Recogió estas gotas de algunas plantas no venenosas, como una abeja que va de flor en flor para hacer miel. Con gran percepción y sensibilidad, que aumentaba de modo insidioso para su salud y experimentándolas en sí mismo –según las crónicas-, fue descubriendo lo que las flores tenían de curativo. Sufrió muchas reacciones, algunas leves, pero otras veces tuvo vómitos, fiebre, dolores, erupciones, etc.
Como este sistema de recolección era muy dificultoso y lento y lo importante era la incidencia del sol en los pétalos y la transferencia de las virtudes curativas a un líquido, colocó los pétalos en un recipiente de vidrio con agua pura de una fuente, tanta como para cubrir la superficie, durante algunas horas, un grupo de  3 horas, otro 4 y otro 7, bajo el sol. Después retiró los pétalos, almacenó la suficiente cantidad cuando empezaba a marchitarse. El método de reproducción y potenciación de las propiedades del rocío le parecía perfecto: no se destruían las plantas para hacer el remedio. Se usaba el aire libre, la luz del sol suministraba calor, el agua y la tierra, que nutrían la planta, es decir, los cuatro elementos. No se utilizaba un laboratorio.
    Un mes y medio después escribió: Cúrate a ti mismo que se llamó inicialmente Sal a la luz del sol (Come out into the sunshine), que fue editado a fines de 1930.
    A estas alturas, Bach había fijado su residencia en Cromer, Norfolk, cerca de la costa. Fue allí donde sistematizó los Doce Remedios Curadores (Healers), según las crónicas. De agosto a septiembre descubrió otras seis flores curativas en sus caminatas por la región de Cromer.
    A su casa comenzaron a llegar cada vez más personas en busca de sus remedios, que empezaban a conocerse debido a los resultados maravillosos que conseguían.
    El primer caso fue tratado con Agrimony, se trataba de una señora alcohólica, con crisis de insomnio y pérdida de conciencia, que se recuperó totalmente. Bach iba acumulando experiencia en la nueva terapéutica, observando cuidadosamente la acción de los remedios preparados con las flores y anotando los casos.
    En la primavera de 1931, en el mes de abril parte nuevamente para Gales en busca de las tres flores restantes para completar los doce estados del espíritu que había sistematizado. Pero no fue allí sino en Sussex donde descubrió a Water Violet. La siguiente fue Gentian en Kent, en septiembre. Todavía faltaba una.
    En la primavera del año siguiente, 1932, viaja a Londres en donde escribe Libérate, en las horas que pasó bajo los árboles de los parques londinenses, recuperándose. La ciudad, las multitudes, las corridas, todo lo presionaban. Sólo soportó dos meses y volvió a los campos de Kent donde encontró a Rock Rose y completó la serie de los Doce Curadores. Escribió entonces Los Doce Curadores.
Como la comunidad científica de la época signada por el dominio del neopositivismo se resistió a aceptar su método terapéutico, comenzó a difundir los remedios en la prensa común. Estas publicaciones produjeron un proceso ético que le inició el Consejo Médico Británico producto del cual no fue expulsado.
En enero de 1933 se fue de Cromer a Marlon donde buscó los remedios para atender a otros cuatro estados del alma que ya había diagnosticado pero que todavía no contaban con medicamentos. Ahí encontró a los denominados “cuatro auxiliares” en las inmediaciones de Cromer, lugar al que volvió tres meses después y en el que permaneció hasta febrero de 1934. Con el tiempo agregó otras dos flores para completar el Remedio para las Urgencias. Con éste salvó a un pescador que casi se había ahogado en una tempestad en la costa de Cromer.

     Bach fue desarrollando cada vez más su desapego por las cuestiones  materiales. Desde que abandonó la ciudad de Londres no volvió a cobrar una consulta y vivía de las donaciones voluntarias de los enfermos. Reinvertía el dinero proveniente de la venta de sus libros para abaratar aun más el precio de las nuevas ediciones. 
En el mes de diciembre en Norfolk, Cromer, escribió:
 “Lo que llamamos Amor es una combinación de ambición y temor, es decir deseo de tener más y miedo a la pérdida. Por lo tanto lo que llamamos Amor debe ser ignorancia. El verdadero Amor debe ser infinitamente superior a nuestra comprensión corriente, algo tremendo, la completa negación del Ser, la pérdida de la individualidad en la unidad, la absorción de la personalidad en el todo. Por eso, parece que el Amor es lo que se opone perfectamente al Yo. Cuando entendamos estos términos, las enseñanzas de Cristo ya no serán parábolas para nosotros, podremos entenderlas. El Amor de alguna manera, pone a su servicio la sabiduría.
    Hablamos de Amor cuando alguien nos da algo, porque satisface nuestro ávido deseo por tener más y hablamos de Odio, cuando alguien nos quita algo, porque estimula nuestro miedo a la pérdida. Cuando nos demos cuenta de que no tenemos nada que perder en este mundo, sino todo para ganar, entonces no podremos conocer el Odio, y seremos capaces de Amar a nuestros enemigos, en el verdadero sentido de la palabra.
    El verdadero Amor a Dios o a nuestros semejantes parece ser el deseo de servir sin esperar recompensa. Es probable que lo más cerca que lleguemos en nuestra comprensión del Amor sea el Amor por lo inalcanzable, las puestas de sol, las noches estrelladas, la música y la belleza de las montañas y de las praderas.
     En el fondo de nuestro corazón debemos saber que nuestros enemigos son aquellos que ceden ante nosotros, porque al hacerlo nos atan, con una atadura casi imposible de romper y debemos agradecerles que se esfuercen por liberarse.
     Cualquier persona a la que podamos influir, controlar, dominar es un peligro para nuestra libertad. Es lo mismo si nuestra influencia nace del Amor, del Poder, del Miedo a lo que sea que consiga esa persona de nosotros.
     Nuestra Alma debe agradecerles a todos aquellos que se nieguen a ser nuestros servidores, ya que esto nos priva a ellos y a nosotros de nuestra individualidad.”
    En Abril de 1934 se mudó a Sotwell a una pequeña casa llamada “Mount Vernon”, donde permaneció hasta su muerte. Fue en esta región donde completó la serie de las otras tres esencias para publicar: Los Siete Auxiliares y la Historia de los Viajeros.
    En Marzo de 1935 encontró el primero de la serie de los 19 restantes: Cherry Plum. En los seis meses que seguirían se dedicó casi enteramente a la búsqueda del resto de la serie. En la mayoría de los casos encontraba la planta o la flor. Antes de fin de año completó la serie de los 19 y totalizó los 38 Remedios Florales.
    Este exhaustivo trabajo: el descubrimiento de las 19 Remedios en tan poco tiempo -seis meses de intensa actividad interior y desgaste de su energía vital-, comparándolo con los cinco años que le demandó sistematizar los anteriores 19 Remedios, tal vez haya sido uno de los factores que incidió en el deterioro definitivo de su salud. 
En una carta de noviembre de 1935 le manifiesta a un paciente que le había preguntado por los honorarios, que “…por el momento no se preocupe. Nuestro principio es éste: nosotros usamos sólo las plantas que nos da la Divina Providencia,  el arte de la curación es demasiado sagrado como para ser comercializado y no existe lugar para los beneficios…”

Sus momentos finales
La exposición física que había decidido que consistía en vivenciar cada remedio en su persona lo dejaban más de una vez exhausto y debilitado. Las personas que lo acompañaban fueron testigos del enorme esfuerzo requerido por semejante dedicación. El grupo estaba formado por Nora Week, que acabó siendo la base de la continuidad de su trabajo, Víctor Bullen y el Dr. Wheeler
    A comienzos del año 1936, el 8 de enero, escribe su última carta a la “Junta Médica  General” dirigida al Señor Presidente, en que manifiesta que:
 “…Habiendo recibido la notificación de la Junta referida al trabajo con asistentes no calificados, corresponde que le informe que estoy trabajando con varios y continuaré haciéndolo.
Como ya le he informado anteriormente a la Junta Médica, considero que es el deber y el privilegio de todo médico el enseñar a los enfermos y a otros cómo curarse.
Dejo completamente librado a su discreción los medios a adoptar. Y habiendo comprobado que las flores del campo son tan simples de usar y tan maravillosamente eficaces en sus poderes curativos, hice abandono de la Medicina Ortodoxa.
Lo saluda atte. Edward Bach…”
El 21 de mayo del mismo año escribió un pensamiento filosófico en oposición al pensamiento materialista de la época. Dijo al respecto:
 “…Todo verdadero conocimiento viene solamente de nuestro interior, en silenciosa comunicación con nuestra propia Alma. Las doctrinas y la civilización nos han  despojado del silencio, nos han robado la conciencia de que nosotros sabemos todo lo que sucede dentro de nosotros mismos. Se nos ha llevado a pensar que son otros los que nos deben enseñar y nuestro propio Ser espiritual ha quedado sumergido.
La bellota, llevada a cientos de millas de distancia de su árbol madre, sabe sin que nadie se lo enseñe, cómo convertirse en un perfecto roble. El pez en el mar y en los ríos pone sus huevos y se aleja nadando. Lo mismo sucede con la rana, la serpiente pone sus huevos en la arena y sigue su camino y sin embargo dentro de la bellota y de los huevos de pez, de rana y de serpiente, se encuentra la sabiduría necesaria para que los que nacen lleguen a ser tan perfectos como sus padres.
     Las jóvenes golondrinas no se pierden en su ruta hacia los cuarteles de invierno, a cientos de millas de distancia, mientras sus padres siguen  ocupados con la segunda prole. Tenemos mucha necesidad de volver a creer que dentro de nosotros está toda la verdad. De recordar que no necesitamos ningún consejo, ninguna enseñanza excepto la de adentro. Cristo nos enseñó que los lirios del campo, sin trajes ni peinados, están mejor vestidos que Salomón en toda su Gloria. Y Buda nos enseñó que todos estaríamos en el camino de nuestra realización personal el día que nos libráramos de sacerdotes y de libros…”
El 24 de septiembre, día de su último cumpleaños, pronunció una conferencia acerca de la finalización y difusión de su trabajo, en el seno de la Logia masónica de Wallingford. Realizó una minuciosa descripción de los remedios, su utilización, sus virtudes, eficacia y alcance, e insistió en que lo importante es que se alivia al paciente de las perturbaciones que padece.
El 26 de octubre realizó un llamado a sus colegas, en el cual manifestó lo siguiente:
“…Después de muchos años de investigación he descubierto que ciertas plantas tienen las más maravillosas  propiedades curativas y que, con la ayuda de las mismas, un gran número de casos que mediante tratamientos ortodoxos sólo podíamos paliar, ahora son curables.
    Es mas, una enfermedad que se avecina puede tratarse y evitarse en esta etapa en la que la gente dice “quizás seria conveniente llamar a un doctor”.
    Pero cuando ganemos la confianza de aquellos que nos rodean y podamos convencerlos de que hay que atajar a la enfermedad en sus primerísimo estadios y además, cuando podamos explicarles que en los casos más obstinados y crónicos es mejor perseverar con el tratamiento, nuestra obra se ampliará considerablemente. Porque tendremos un ejercito de personas a nuestras puertas, días, semanas o meses antes de lo que vendrían para curar su enfermedad y en segundo lugar, ya no llegarán a nosotros los casos crónicos sólo para aliviar sus dolores o molestias sino también para que sigamos la atención de dichos casos, con la esperanza de obtener su curación.
    Las hierbas mencionadas pueden usarse conjuntamente con cualquier tratamiento ortodoxo, o agregarse a cualquier receta y acelerarán el proceso para que el tratamiento de todo tipo de casos, sean agudos o crónicos, resulte un éxito.
    En este tiempo que vivimos la medicina ortodoxa no consigue vencer una proporción de las enfermedades de este país y ya es tiempo de ganar nuevamente la confianza de la gente y justificar nuestra noble vocación.
    Las flores son fáciles de entender para todo estudiante de la naturaleza humana y una de sus propiedades es que pueden ayudarnos a evitar que una enfermedad orgánica se instale cuando el paciente está en ese estado funcional que tan a menudo precede a las dolencias agudas o crónicas.”
El mismo día 26 de octubre escribe a sus colegas de Mount Vernon, Wallingford y Berks:
“Queridos amigos, sería maravilloso formar una pequeña fraternidad sin rango ni oficio, no muy grande y en nada inferior a la otra, que se dedicara a los siguientes principios.
1-Que nos ha sido revelado un sistema de curación que no se conocía en la historia de los hombres, ya que, con la simplicidad de los remedios florales podemos anunciar con seguridad, con absoluta seguridad, el poder de vencer a la enfermedad.
2- Que nunca criticaremos ni condenaremos los pensamientos, las opiniones ni las ideas de los otros, recordando siempre que todos los hombres son hijos de Dios, que cada uno de ellos lucha a su manera por encontrar la gloria de su Padre.
3- Que salimos, como caballeros antiguos, a destruir el dragón del miedo, sabiendo que quizá nunca digamos una palabra de desaliento, sino que podemos llevarles esperanza, y más que nada, certeza, a aquellos que sufren.
4-Que nunca nos conmoverán el aplauso o el éxito que podamos encontrar en nuestra misión, sabiendo que no somos más que mensajeros del Gran Poder.
5-Que cuanto mayor confianza ganemos de aquellos que nos rodean, proclamaremos que creemos ser los agentes divinos enviados a socorrerlos en su necesidad.
6-Que a medida que se mejoren, anunciaremos que las flores del campo que los están curando son el regalo de la naturaleza, es decir el regalo de Dios, y así los traeremos de vuelta a la creencia en el amor, la misericordia, y la tierna compasión, y al Poder Todopoderoso del Ser Superior.”
El  mismo día le escribe a Víctor Bullen:
“Querido Vic. Creo que has visto todas las fases de esta obra. Podemos agradecer este último episodio del doctor Max Wolf. Es una prueba del valor de nuestra obra, cuando los agentes materiales se levantan para distorsionarla, porque la distorsión es un arma mucho mayor que el intento de destrucción.
La humanidad pidió el libre arbitrio y Dios se lo otorgó, por lo tanto el hombre siempre debe tener una opción. En cuanto un maestro da su obra al mundo debe surgir una versión distorsionada de la misma. Esto le ha sucedido tanto a los más humildes como nosotros, que hemos dedicado nuestro servicio al bien de nuestros semejantes, como al más elevado de todos, a la divinidad de Cristo.
La distorsión debe surgir para que las personas puedan elegir entre el oro y la escoria. Nuestra obra adhiere a la simplicidad y pureza de este método de curación y cuando sea necesaria una nueva edición de Los Doce Curadores, debemos ampliar la introducción, para destacar con firmeza la ausencia de efectos dañinos, la simplicidad y los milagrosos poderes curativos de los remedios, que se nos han mostrado a nosotros a través de una fuente que es mayor que nuestro entendimiento.
Ahora siento, querido hermano, que encuentres cada vez más necesario entrar en un silencio temporal, tú tienes en tus manos toda la situación y puedes manejar todos los asuntos conectados con los pacientes o con la administración de esta obra de curación, sabiendo que a personas como nosotros, que desean la gloria del auto-sacrificio, la gloria de ayudar a nuestros hermanos, una vez que nos ha sido dada una joya de tal magnitud, nada nos puede desviar de nuestro sendero de amor y obligación para exhibir su lustre, pureza y sencillez a las personas de todo el mundo.”
Última carta a su equipo de trabajo y a Max Wolf

1º de noviembre de 1936.
“Queridas y encantadoras personas:
Hay momentos como este en que espero una invitación a algo que no sé muy bien.
Pero si todas las llamadas llegaran en un instante, me gustaría ir con vosotros, vosotros tres, para llevar la magnífica obra que hemos iniciado. Una obra que puede escamotear al mal todos sus poderes, la obra que puede hacer libres a los hombres.
Esto, que he intentado escribir debería ser agregado a la nueva edición de Los doce curadores.
Edward Bach escribió Los doce Curadores y otros Remedios. Expuso en términos de simple comprensión los 38 estados mentales anímicos-emocionales.
Decidió dirigirse al dr. Max Wolf, miembro conspicuo de la masonería inglesa, quien lo enfrentó y del que temía una posible distorsión de la obra:
“Querido hermano, es posible que la mayor lección de vida que podamos aprender es la libertad. Libertad en relación con las circunstancias, el ambiente, las otras personalidades y para muchos de nosotros, libertad en relación con nosotros mismos.”
    Enfermó gravemente desde octubre, a fines de 1936, y luego de una leve mejoría, murió el 27 de noviembre en su casa de Mount Vernon.

Gabriela Ricciardelli
Dra. H. C. en Medicina Floral